R.S. (el asesino)

El secreto de la Misericordia
Fragmentos del capítulo V 

 El hombre que se paseaba por el hotel-restaurante La Bolera, fumaba un Ducados; era más bien bajo y rechoncho, apenas tenía cuello, su cara era redonda, pelo moreno y corto; en su pequeña nariz se apoyaban unas pequeñas gafas redondas. Por su apariencia cualquiera hubiera dicho que era un hombre apacible, que tenía cara de buena persona, de esos que nunca han roto un plato. Nadie conocía su nombre, las personas que requerían sus servicios le conocían por las siglas R.S.; no se sabía si eran las iniciales de su verdadero nombre o si tenían acaso otro significado, pero apenas importaba. Su fama de ser el mejor asesino a sueldo de la Comunidad Valenciana era suficiente para quienes contrataban sus servicios.

...

R.S. disfrutaba con cada uno de sus crímenes, desde aquel primer asesinato que cometió hacía ya más de treinta años, cuando cogió un cuchillo y se lo clavó a su hermano de veinte años; por aquel entonces él tenía sólo dieciséis años. Nunca olvidaría la sensación de poder que sintió al clavarle el cuchillo a su hermano, tantas veces como pudo, con una furia innata, por todos los rincones del cuerpo mientras su hermano chillaba sin cesar. Luego llegaron sus padres.
-¡Qué has hecho! -gritó su padre consternado por lo que acababa de presenciar.
Mientras, R.S. permanecía de rodillas, junto al cuerpo de su hermano, con el cuchillo en la mano.
-Voy a llamar a la policía -dijo su madre.
-Lo he hecho por el bien de la familia -decía R.S.-. Él me obligaba a...
-¡Callate! -grito su padre ¡Eres un monstuo! ¡Tú no eres mi hijo!
Luego lo abofeteó repetidamente. Entonces lo comprendió; ellos eran como su hermano, nunca lo entenderían, así que tendrían que morir; y así fue. Luego escapó de casa. La policía nunca logró dar con él. Hubo oficialmente dos versiones para el caso, según la policía: la primera, que habían matado a sus padres y a su hermano, y a él lo habían secuestrado. La segunda, que él había conseguido escapar del asesino y que se encontraba en paradero desconocido. Nunca se les ocurrió barajar ñla posibilidad de que él mismo fuera el asesino y luego huyera. El caso fue cerrado, como todos los cometidos posteriormente por R.S., sin resolver.
Después de aquel día comenzó a matar por puro placer, a veces incluso sin ningún motivo; se cruzaba con alguien en un callejóny simplemente lo apuñalaba para disfrute personal, hasta llegar a convertir el placer en negocio.